domingo, 11 de diciembre de 2016


Réquiem por Marcelino González

“Nada ni nadie me va a quitar la alegría de vivir”-me dijo Marcelino González cuando apenas le quedaban unas semanas de vida.

Vivía en Sebring, con su esposa, aproximadamente a doscientas millas de Miami y lo visitaba con intervalos de uno a dos meses. En su casa siempre había una habitación lista para mí y usualmente permanecía allí por dos o tres días.

Marcelino era admirador de Crisnamurti y yo de Osho, y como a ambos nos gustaba el trago, a veces nos enfrascábamos en largas controversias filológicas. También nos gustaba el campo y nos íbamos a un rancho donde un mejicano sin dientes, andrajoso y peludo, cuidaba una porqueriza, El mejicano vivía casi a la intemperie en aquellos terrenos de un cuate, y se cocinaba en una hoguera entre piedras. Alrededor de esta nos sentábamos y le brindábamos la botella de ron al mejicano, quien bebía con la avidez del borracho pobre.

Nadie sabía en Sebring, salvo su familia y yo, que estaba herido de muerte. Marcelino rehusó desde el principio tratamiento alguno para su enfermedad. A veces pensaba, que por su curiosidad ignota de buscar siempre la verdad, Marcelino quería morirse para de una vez saber de la gran incógnita. Nunca se lo pregunté, pero me hurgaba esa inquietud. Una mañana le dije:

-Marcelino, ¿duermes bien?

-Como un fardo- me respondió.

Qué paradoja!  el insomne era yo

Una semana antes de morir me  dio unas semillas de peonias para la buena suerte y me dijo:

-“No vengas más porque me queda poco”

Me dijo el día y la hora y yo sabía porque; no quería sufrir ni faltar a su palabra de ser alegre hasta el final.

El día señalado, llamé a su casa. Su nieto, un muchacho demasiado serio para su edad tomó el teléfono.

-“Y Marcelino?”-le pregunté.

-“Murió esta mañana”

-“Cómo murió?

-Tranquilo, como él quería.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La casa de los Cordero


-¿Comprenden ustedes ahora la paciencia que debo tener con mis queridos viejitos?-continuó después diciendo la mujer, tan confidencialmente, que el anciano pudo oírla perfectamente, a pesar de que sus oídos estaban siendo taponados con las últimas estopas de una sordera que los médicos del esquelético hombre habían presagiado definitiva en uno o dos semestres, porque los años de los muy viejos son de seis meses, que se cuentan de enero a junio y de junio a diciembre.

-Pero…, adelante, señores que, como dijo doña Clara, el aire se escapa-casi gritó esta vez quien había abierto la puerta, logrando romper la inercia de los recién llegados-.Vengan conmigo a conocer la casa y a sus morado-


res. Venga, mi viejo, venga;  todos están impaciente por conocerlo, venga.

viernes, 9 de diciembre de 2016


  Y, en efecto, en un amplio salón que podríamos llamar comedor y sitio de esparcimientos, había varias personas de edades muy avanzadas con las miradas fijas en el arco de medio punto que separaba la sala del comedor, por donde andaban ahora los visitantes. Tres eran varones y estaban sentados junto a la pared y a un solo lado de la mesa de caoba barnizada, donde más tarde se ordenaría la vajilla para el almuerzo, pero que en aquel momento, por ser apenas las ocho de la mañana, prescindía del blanco mantel de algodón estampado con ramilletes de rosas rojas y amarillas. Sobre una silla de ruedas, en el extremo más alejado de la mesa, se encontraba la cuarta persona: una anciana de noventa años con la pierna izquierda hinchada, extendida y sostenida por una barra cóncava de metal niquelado ajustable a la silla. El rostro marchito y pálido parecía colgar del cabello ralo y seco.

sábado, 29 de octubre de 2011

Ruiz Duran, novelas y cuentos

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LA CASA DE LOS CORDERO
(FRAGMENTO)
-Todos se comportan igual el primer día-declaró la mujer, como si el viejo no existiera en el grupo que integraba, como si sus temores y angustias le importaran un bledo a ella y a sus herederos; los herederos de su sangre, de sus miserias, de su pena, de su miedo a la indefensión de la ancianidad, de su soledad sin remedio, y quizás lo más justo: Los herederos de los remordimientos anticipados de su muerte, que un observador podía adivinar ya cercana, mirando a aquellos ojos opacos y grises ya sin la vivacidad de la vida.

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UNIDOS POR LA SANGRE
(Fragmento)
Eduardo estaba atento a cada paso de Rebeca y al mundo que la rodeaba. Por ello había sufrido con su pierna herida entre las manos afeminadas y despiadadas del doctor Emilio Pastrana Blanco . No sabía cómo ni que era un bayú, pero lo que fuera, allí, había oído decir que trabajaba Margarita satisfaciendo a cochinos borrachos por unos pesos, después de haber sido deshonrada por Samuel Artímez, el joyero.

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ESTAR VIVO ES MUY PELIGROSO
(Fragmento)

Luilli Paneta llegó puntual a las nueve de la noche, hora en que habíamos acordado reunirnos para tratar y llevar a cabo un negocio que nada tenía que ver con la manufactura de embarcaciones de carrera a la que ambos nos dedicábamos, él como dueño de la fábrica y yo como capataz de la misma. No veo la necesidad de comentar sobre el tipo de negocio que trataríamos, ya que es irrelevante a lo que me propongo narrar. No obstante, para calmar la sed de curiosidad de algunas almas que me honran leyendo estas líneas, arrojaré un rayo de luz haciéndoles saber que la noche favorecía que nuestro negocio se llevara a cabo con todo éxito.

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